A favor de los toros by Jesús Mosterín

A favor de los toros by Jesús Mosterín

autor:Jesús Mosterín [Mosterín, Jesús]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Filosofía
editor: ePubLibre
publicado: 2010-01-01T05:00:00+00:00


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El emblema de la España negra

En un país asolado por los incendios forestales, la contaminación de las aguas, la desprotección de los ecosistemas, la caza abusiva y la urbanización desmadrada, no parece que la abolición de las corridas de toros sea la más urgente de las tareas que se nos plantean a cuantos amamos la naturaleza y respetamos a los animales. Sin embargo, hay problemas que conviene atajar no solo por su gravedad sustantiva sino por su valor emblemático. Si el enfermo acude a la consulta con un trozo de mierda en su mejilla, conviene que el médico le recomiende que empiece por lavarse la cara.

Desde la Baja Edad Media hasta principios del siglo XVIII, toda Europa era sucia, chabacana, supersticiosa y cruel. Las calles estaban llenas de excrementos, las pestes y epidemias diezmaban la población, y las matanzas, torturas y mutilaciones estaban a la orden del día. Las ejecuciones públicas y las quemas de herejes o sediciosos eran los espectáculos más populares. Aunque menos multitudinaria, también la tortura de osos, toros, perros, gallos y otros animales tenía su público soez y apasionado. Esa Europa negra dejó de serlo gracias al gran esfuerzo de racionalización de las ideas y suavización de las costumbres que fue la Ilustración. La España negra posterior es el resultado de haber carecido de Ilustración en nuestra historia.

El adjetivo castellano cruel viene del latín crudelis, que a su vez procede de cruor (sangre derramada). Crudelis es el sanguinario, el que hiere hasta verter sangre o el que se complace viendo cómo brota la sangre de las heridas. En este sentido literal de la palabra, eran crueles los espectadores del circo romano, que se complacían viendo derramarse la sangre de animales y gladiadores. Su crueldad contrastaba con la sensibilidad más refinada y suave de los griegos clásicos, aficionados al atletismo y al teatro de ideas.

En la España del siglo XVII los nobles aburridos entretenían sus ocios alanceando los toros a caballo. El pueblo llano los torturaba a pie. En el Alcázar de Madrid se laceraba y acribillaba a los toros hasta que estos, desesperados, se lanzaban por un portillo abierto al precipicio posterior, en el que caían y se estrellaban, destrozándose y esparciendo sus miembros y vísceras con gran regocijo de una corte grosera que miraba y aplaudía. De todos modos —y en contra de lo que ciertos antropólogos de vía estrecha quisieran hacernos creer—, la crueldad no era ni es una originalidad étnica o racial de los españoles, sino una característica común a la Europa preilustrada.

En Inglaterra, por ejemplo, las fiestas de toros no eran menos crueles que en España. Como Vicki Moore ha documentado, desde el siglo XII hasta el XVIII eran frecuentes los espectáculos de bull baiting, en los que el toro era hostigado, acribillado, atado y mordido por perros especialmente amaestrados. Esta fiesta se celebraba en un bullring o plaza de toros circular, con los espectadores situados en gradas alrededor. También había festejos de bull running, comparables a los encierros de San Fermín y a las torturas callejeras de toros al estilo de Coria.



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